-El trofeo corresponde al tercer puesto que ocupó en el concurso de canción vallenata inédita del Noveno Festival de la Leyenda Vallenata, año 1976, donde lo acompañó en el acordeón su tío Martín Maestre.-
Por Juan Rincón Vanegas
En Curazao, caserío anexo al corregimiento de La Junta, La Guajira, ha vivido toda su vida Ángela Martina Sarmiento Loperena, la mujer de la que se enamoró desde muy niño Diomedes Díaz, y que luego de varios intentos comenzó a vivir con ella y tuvieron una hija de nombre Marena Rocío.
Ella, que había estado muy renuente a dar la entrevista, incluso hace tres años se escondió debajo de la cama, está vez aceptó gustosa. “Es que eso que pasó con Diomedes es mío”, fue su principal argumento.
Entonces, después de brindar un jugo de corocito para el calor que hace en ese territorio guajiro, donde la mayoría de árboles se están secando y por el río más cercano no pasa agua, sino que solamente está la arena, empezó por primera vez a narrar en detalle sus amores con el hijo de Rafael María Díaz y Elvira Maestre Hinojosa, quienes eran allegados a sus padres Ángel Antonio Sarmiento y Esperanza Loperena. Además, a visitar la casa y el “cuartico” que está en el patio donde vivió con Diomedes. En ese lugar todavía se encuentra la cama que él le compró en 1976.
Entonces al comenzar con su narración sorprende de la manera que conoció al hombre que con el paso del tiempo se convirtió en el más grande artista vallenato.
“A Diomedes lo conocí en 1969 y me lo presentó mi hermana Adriana, quien era novia de su tío Martín Maestre, el mismo que lo ayudó en la música”.
El recuerdo se posesiona de su memoria e indica: “Ese pelao, de 12 años aproximadamente, yo tenía 14 años, me apretó la mano, me picó el ojo y me tiró varios piropos”.
Así comenzó todo. A los tres años y después de Diomedes hablar con los padres de Martina, a quien llamaba cariñosamente ‘La negra’, se ennoviaron.
“Mi papá decía que estábamos muy jóvenes, y que no fuera a jugar conmigo, el prometió amarme, y le dieron la entrada a la casa”.
Hace una pequeña parada en su relato y luego indica que en esa época a Diomedes se lo llevaron a estudiar a Valledupar, pero no fue obstáculo porque las cartas iban y venían.
Con la exactitud precisa de una mujer enamorada y donde en el corazón se pinta con toda claridad el arco iris del amor, manifiesta: “el mensajero era José Luis Ramírez, quien trabajaba como ayudante del carro que manejaba Félix Joaquín ‘King’ Sierra y que iba siempre a Valledupar. Él, me mandaba esquelas, era muy romántico, y me contaba sobre sus estudios y sus cosas. Yo, también le contaba que lo amaba y le recomendaba portarse bien, porque él sabía que era celosa”.
Entonces de uno de sus álbumes saca dos cartas. En una de ellas Diomedes escribió: “Las manos que te acarician estampan un beso como el de costumbre al saludarte. Negra, no te imaginas la falta que me haces, yo quisiera estar al lado tuyo, pero tu sabes que no puedo.
No falta tiempo mi amor, mi consuelo que es vas a ser mi compañera eternamente y recuperaremos el tiempo perdido.
Negra, si yo pudiera ir y venir a cada rato porque a cada instante te recuerdo. Tu no te borras de mi mente y siempre es pensando en ti, por eso te aconsejo que no le pares bola a aquellos que les causa envidia nuestra relación y en esa forma provienen las discordias entre los dos y es lo que no quiero, por qué que sería de mi si me negaras el amor de mi alma”.
Al leerse en voz alta el documento de amor, Martina no dijo nada. Después comentó que era el testimonio de aquello que fue un amor que duró exactamente cuatro años y siete meses y donde los disgustos nunca faltaron.
De inmediato entra a destacar que era muy detallista y le regalaba jabones pétalo, pañoletas de colores, ropa, dulces y galletas.
El mejor regalo
Pero para Martina ‘La negra’ Sarmiento el mejor regalo fue cuando Diomedes Díaz, ocupó el tercer puesto en el concurso de canción vallenata inédita del Noveno Festival de la Leyenda Vallenata, año 1976, con el paseo ‘Hijo agradecido’ y donde lo acompañó en el acordeón su tío Martín Maestre. En esa ocasión el primer lugar lo ocupó el doctor Alonso Fernández Oñate con el merengue ‘Yo soy Vallenato’ y el segundo puesto fue para Sergio Moya Molina con el paseo ‘La Fiesta’. La mencionada canción de Diomedes Díaz, fue grabada por Pedro García y Florentino Montero.
En el mundo no he hallado
un obsequio material
para poder pagar a mi padre y a mi madre,
al instante recuerdo y siento ganas de llorar
al pensar aquellos tiempos
que lucharon para criarme.
“En ese momento yo estaba embarazada y llegó a la casa feliz y me entregó el trofeo que se había ganado en el Festival Vallenato. Me dijo que lo guardara que era el primero de los que después vendrían. El trofeo todavía lo tengo como lo más preciado”.
Martina al recordar ese episodio se puso el trofeo en el pecho y expresó que cuando Dios quiera llevársela para la otra vida, pasara a manos de Marena y sus hijos.
Enseguida manifestó que Diomedes también le regaló varias canciones como ‘La negra’, la primera que le grabaron Jorge Quiroz y Luciano Poveda; ‘Cenizas’, ‘La morriña’ y ‘Celos con rabia’.
Estando en esas y para reivindicarse de la entrevista fallida, dijo que iba para la casa de sus padres donde vivió con Diomedes. Se hizo el recorrido de 90 metros aproximadamente llegando a la vivienda ubicada en la calle 1ª y demarcada con el número 5-25. Abrió la puerta e ingresó al patio donde está el famoso “cuartico” donde el amor de los dos tuvo su nido.
En ese pequeño espacio creció el sentimiento de ‘La negra’ y Diomedes que trajo como resultado el nacimiento de Marena Rocío, el martes 13 de julio de 1976.
“El nombre de la hija no fue fácil de aceptarlo porque me decía varios y se los rechazaba cr
eyendo que eran de algunas mujeres, porque siempre fue mujeriego, hasta que me convenció con una foto de conito que me trajo de Santa Marta. Se veía él en el mar, la arena y el rocío de la mañana”.
Que manera poética y gráfica de ‘El Cacique de La Junta’, para darle el nombre a su segunda hija, esa que estaba pegada a su corazón y así permaneció siempre.
La separación
Aquella promesa que Diomedes le hiciera al viejo Ángel Antonio, se le olvidó porque su amor corría para otra parte, exactamente para una casa de La Junta, La Guajira, adornada con una ventana marroncita.
“En el pueblo sabían de esos amores, pero él se empecinaba en negarlo. Eso fue motivo de muchas peleas, hasta que una mañana me llegaron a decir que se había ido con Patricia Acosta”. A ‘La negra’, la visitó el sufrimiento, pero fue fuerte porque tenía a su amada hija.
Al mes, Diomedes llegó a ponerle serenata y a ver a su hija. “Esa noche le permití ver a Marena, y nada más”.
En eso terminó esa relación llena de esperanza, de cartas, canciones y regalos, pero que ella quería que fuera como Dios manda y le atormentaba la vida por todo.
Después de nueve años del hecho, armó hogar con Miguel Agustín Mendoza y tuvo dos hijos: Eduard y María Clara. “Él, hizo lo mismo que Diomedes, se consiguió otra mujer”, dice para cerrar el episodio de los hombres en su vida.
Regresó a la historia del papá de su primera hija y declara que la última vez que habló con Diomedes fue hace tres años cuando hizo una presentación musical en el corregimiento de La Peña, municipio de San Juan del Cesar, y pasó a visitarla a Curazao. Hablaron largo rato y el centro de todo fue la familia y su querida hija. “Con Marena era especial, no más la veía se volvía loco y tenía grandes detalles con ella, y con sus cuatro hijos, mis lindos nietos”, anota Martina.
Esa misma hija llamó a su mamá la nefasta tarde del domingo 22 de diciembre de 2013, para decirle que su papá había muerto.
“Diomedes siempre recibió el apoyo de mi familia del que vivió agradecido y lo voy a recordar como lo conocí. El que me saludaba y me daba un beso, y aclaro sobre algo que observé en la telenovela de Diomedes que nunca viví en la Sierra Nevada, no me vestí de arhuaca, no me acosté con él estando borracha y menos que se hubiera comido el pudín antes de cantar el cumpleaños. Además, que la canción ‘La negra’, me la hizo a mí, por lo celosa que era”.
Me le dicen a ‘La negra’
que se va quien la quería,
que no espere que yo vuelva
Pa’ que no sea atrevía.