Por Juan Rincón Vanegas – @juanrinconv
El martes 30 de abril de 1968, Gilberto Alejandro Durán Díaz se coronó en la Plaza Alfonso López de Valledupar como el primer rey del Festival de la Leyenda Vallenata, acompañado por el cajero Pastor ‘El Niño’ Arrieta y el guacharaquero Juan Manuel Tapias.
En la competencia final presentó las siguientes canciones: el paseo, ‘La cachucha bacana’; el merengue: ‘Elvirita’ y la puya: ‘Mi pedazo de acordeón’, todas de su autoría. Además, del son ‘Alicia adorada’ de Juancho Polo Valencia.
La mañana del primero de mayo, un día después de su triunfo, la primera visita que hizo Alejo Durán, como soberano del acordeón fue a la vieja casona donde vivía Consuelo Araujonoguera, ubicada en la Plaza Alfonso López, y ella aprovechó para hacerle una sinigual entrevista.
En esa entrevista ‘El Negro’ Alejo, habló con inteligencia, pausa y midiendo sus palabras. Contó detalles inéditos de su vida, de su familia y de las ganas de dejar muy en alto el nombre del folclor vallenato, tal como sucedió con el paso de los años.
Sin muchos preámbulos y en la cocina, porque ‘La Cacica’ a esa hora desayunaba con su esposo Hernando Molina Céspedes, se comenzaron a acumular palabras en una vieja grabadora, y la primera pregunta fue sobre su vida.
Enseguida relató: “Nací en El Paso, Magdalena, el 9 de febrero de 1919. Padres. Náfer Donato Durán Mojica y Juana Francisca Díaz Villarreal. Me crié en la finca ‘Las cabezas’ de los Gutiérrez de Piñeres. Mis padres trabajaban con ellos y allí en medio del ganado, unas veces ordeñando y otras ayudando a enrejar los terneros, trascurrió mi infancia. En esa finca trabajé hasta los 30 años, y no era un trabajador, sino que era considerado parte de la familia”.
Esos recuerdos lo llevaron a contar el momento en que tomó por primera vez un acordeón y se estrenó como compositor. “Como a las 19 años cogí por primera vez un acordeón en mis manos. Tocaba de oído, pero no comencé tocando cosas de otros, sino creando de una vez mi propia música. Recuerdo que la primera pieza que compuse la llamé ‘Las cocas”.
Hace un alto en su narración y explica el significado de esa canción en aire de merengue. “Resulta que en las fincas había siempre un muchacho a quien llamaban ‘Coqui’, quien era el encargado de preparar los alimentos para las cuadrillas de trabajadores, pero después los patrones resolvieron darle esa tarea a las mujeres. Entonces resolvimos llamarlas ‘Cocas’ y así se quedaron”.
Seguidamente comenta que al salir de las labores del campo se dedicó de lleno a la música. “Comencé a tocar y componer en firme. Vivía prácticamente de mi acordeón y lo hacía en la región de El Paso donde no tenía competencia de ninguna clase”.
Entrando en los terrenos movedizos del amor, vino el interrogante sobre sí había sido mujeriego y Alejo no habló, sino que solamente sonrió y contra preguntó: ¿Y qué hombre no es mujeriego cuando joven? Ahí quedó clausurado ese tema.
Pero entró a uno casi igual sobre su vida sentimental. ¿Eres casado?
“Si, me casé en el año 1954 con Joselina Salas Buelvas, y a los tres años nos abandonamos. Y es como si hubiera muerto porque mujer que no vive con su hombre pa’ él no existe. Con ella tuve dos hijas, y por la calle seis más. A toditos ocho los atiendo. Mejor dejemos eso de las mujeres porque yo he sido un poco echao para adelante y mejor es no hablar. Figúrese a mí que siempre me gustan y mi arte que se presta”…
La canción 039
En medio del ameno diálogo vino la pregunta sobre la canción que le llenaba el corazón y Alejo no dudó en señalar que era el número cantado, 039.
“Aunque tengo muchas que me gustan demasiado tanto como esa y que han alcanzado fama, por ejemplo, ‘La cachucha bacana’, ‘La candela viva’, ‘La perra’ y ‘El pedazo de acordeón’. Esa sé la compuse a Irene Rojas, una muchacha de la cual me enamoré cuando veníamos atravesando en una lancha por el río San Jorge. Al llegar al puerto ella seguía por un rumbo distinto al mío y la vi subir en un carro que tenía la placa 039. Por eso le puse así al paseo”. Y cantó
Cuando yo venía viajando, bajaba con mi morena, y llegando a la carretera se fue y me dejó llorando. Ay, es que me duele, es que me duele y es que me duele válgame Dios, 039, 039, 039 se la llevó. Irene se fue llorando, a mí esa cosa me duele. Se la llevó el maldito carro, aquel 039.
Después de contar detalles de la famosa canción, ‘La Cacica’, Consuelo Araujonoguera, le formuló una pregunta difícil sobre los mejores acordeoneros de la provincia y él contestó: “Vea, me pone usted en un compromiso. En esa época estaba ‘Chico’ Bolaño que era un cipote músico. Francamente no me atrevería a calificar a estos señores como Fortunato Fernández, Eusebio Ayala, Emiliano Zuleta y Lorenzo Morales, entre otros. De los actuales, Calixto Ochoa es un músico donde lo pongan.
El mejor
Cuando la entrevista iba viento en popa, Consuelo Araujonoguera lo puso en jaque al pedirle que le respondiera con franqueza sobre cuál de los tres hermanos, Náfer, Luis Felipe y él, era el mejor. Contestó sin vacilar: NÁFER.
Ella, ante la respuesta vuelve y le insiste. ¿Seguro. No será modestia suya?
“Náfer es el mejor de los tres. Náfer, es el mejor y tiene más preparación que yo, porque el que más aprende más sabe y además a usted la canción que más le gusta es ‘Sin ti’ de Náfer”.
Para el cierre de la primera entrevista Alejo Durán, el magdalenense de nacimiento, cesarense por decreto y cordobés por adopción, se comprometió a llevar el vallenato por todo el mundo teniendo como acompañante a su célebre pedazo de acordeón, ese mismo que le abrió las puertas con su habitual: “Apa, Oa, Sabroso” y que lo convirtió en leyenda.
Una leyenda que el escritor David Sánchez Juliao lo reseñó de la siguiente manera. “Alejo jamás tuvo vejez. Murió en la madurez, en la plenitud de una carrera y del desarrollo personal, rodeado de sus seres queridos y sus amigos. De tal manera que en el momento en que la muerte lo sorprendió, Alejo era un hombre vital que ya había entregado al mundo su legado, y recibido todos los honores que su arte merecía, siendo el más grande de ellos”.