Hoy se cumplen 30 años de la partida de la vida del Primer Rey Vallenato Gilberto Alejandro Durán Díaz, dejando un amplio legado folclórico y una historia donde la principal protagonista es su hermana Sabina.
Por Juan Rincón Vanegas – @juanrinconv
Después de coronarse como Rey Vallenato en el Primer Festival de la Leyenda Vallenata realizado del 27 al 29 de abril de 1968 donde fueron jurados Miguel Facio Lince, Jaime Gutiérrez de Piñeres, Rafael Escalona Martínez, Gustavo Gutiérrez Cabello y Tobías Enrique Pumarejo; recibir el trofeo y el cheque número 297520 del Banco de Colombia por valor de cinco mil pesos, Alejo Durán Díaz, decidió ir a su pueblo El Paso, a cumplir un mandato del corazón.
Al llegar recibió las felicitaciones de sus paisanos, y enseguida le entregó el trofeo a su única hermana Sabina Durán Díaz, para que lo guardara como recuerdo de esa hazaña musical llevada a cabo en Valledupar. Ella, quien de vez en cuando tocaba sus “mochitos” de acordeón, pero dejó de hacerlo porque eso era para hombres, lo recibió con la más grande emoción y prometió guardarlo como el mayor tesoro familiar.
Pasados 29 años cuando Sabina estaba con fuertes quebrantos de salud se lo entregó a su único hijo Federico Mendoza Díaz, el cual tuvo con Raúl Mendoza, para que no se perdiera en el tiempo, sino que continuará siendo ese bello tesoro que su hermano Alejo le había regalado.
El viejo Federico Mendoza, quien actualmente cuenta con 75 años, cierto día se reunió con su hijo Javier Mendoza Díaz. Le hizo entrega del trofeo para que lo cuidara, y nunca dejara que se perdiera, porque era el más grande regalo de su señora madre para perpetuar el nombre del negro grande del acordeón.
Sobre la historia del primer trofeo que otorgó el Festival de la Leyenda Vallenata, cuya labor le correspondió al ex presidente Alfonso López Michelsen, en medio de la emoción que esto representa Javier Mendoza Díaz, señaló. “Hace 18 años mi papá me entregó el trofeo en representación de mis hermanos Alejandra, Federico, (fallecido), Luis Carlos, Celso, Sabas Saúl, Rogelio, Fernando y Zoralvis. Hace la cuenta de sus hermanos para que no quede ninguno por fuera y señala. “En estos años lo he cuidado mucho porque mi abuela, era una mujer grandiosa, noble y buena. La abuela extendió la familia al tener a su único hijo, mi papá. Esa responsabilidad la he sacado adelante, y con el favor de Dios se perpetuará en el tiempo”.
Siguiendo con la línea de esta historia contó que una vez Consuelo Araujonoguera, ‘La Cacica’, quiso tener el trofeo en las oficinas de la Fundación Festival de la Leyenda Vallenata, pero su papá le narró la historia y ella ante eso no insistió. “Es una herencia familiar”, recalcó.
Con motivo de cumplirse el pasado mes de febrero el centenario del nacimiento de Alejandro Durán Díaz, el trofeo fue llevado a El Paso, exactamente a la casa paterna del primer Rey Vallenato donde estuvo en exhibición.
“Todos se admiraban de que ese trofeo existiera por más de 50 años, gracias al detalle de Alejo con mi abuela Sabina, quien murió en su tierra El Paso, el 9 de noviembre de 1998. Estamos cumpliendo la voluntad de mi abuela. Algunos me han dicho que lo mandé a pulir, pero es mejor dejarlo así que no pierda su originalidad”, expresó Javier Mendoza, quien con su esposa Mónica Patricia Figueredo Meriño y sus hijos Mishell y Javier José, son los principales guardianes.
En la sala de su casa ubicada en el conjunto residencial Altos de Ziruma 6 de Valledupar, reposa el famoso trofeo que nunca perderá vigencia. Sus dos kilos y medio de peso y su altura de 55 centímetros, es la dimensión exacta del hombre que con su pedazo de acordeón escribió la más grande historia cantada para que el mundo vallenato supiera como lo dijo Consuelo Araujonoguera. “Alejo Durán fue la síntesis y el compendio de nuestra identidad cultural. Alejo Durán fue grande. Yo diría que fue más grande como hombre, como ser humano que como cultor del vallenato, pero esa conjunción entre cultor del vallenato, que fue bueno, y el carisma que irradiaba su personalidad lo hicieron absolutamente grande. Con Alejo se impusieron sus melodías y canciones que relatan las historias de pueblos, amores y pasiones”.
Gesta de Alejo
El 29 de abril de 1968, Gilberto Alejandro Durán Díaz se coronó en la Plaza Alfonso López de Valledupar como el primer rey del Festival de la Leyenda Vallenata, acompañado por el cajero Pastor ‘El Niño’ Arrieta y el guacharaquero Juan Manuel Tapias.
En la competencia final presentó las siguientes canciones: el paseo, ‘La cachucha bacana’; el merengue: ‘Elvirita’ y la puya: ‘Mi pedazo de acordeón’, todas de su autoría. Además, del son, ‘Alicia adorada’ de Juancho Polo Valencia.
El hijo de Náfer Donato Durán Mojica y Juana Francisca Díaz Villarreal, nació en El Paso, Magdalena, el 9 de febrero de 1919. A los 19 años tomó por primera vez un acordeón y comenzó tocando de oído canciones de otros compositores hasta que compuso su primera obra en aire de merengue llamada ‘Las cocas’.
Alejo en su momento lo explicó. “Resulta que en las fincas había siempre un muchacho a quien llamaban ‘Coqui’, quien era el encargado de preparar los alimentos para las cuadrillas de trabajadores, pero después los patrones resolvieron darle esa tarea a las mujeres. Entonces resolvimos llamarlas ‘Cocas’ y así se quedaron”.
Después para el magdalenense de nacimiento, cesarense por decreto y cordobés por adopción, vino su auge como cantautor logrando un rotundo éxito en todos los frentes del folclor vallenato.
La imagen perdurable
Al fallecer Alejo Durán el 15 de noviembre de 1989, hace 30 años, quedó para la historia la reseña de aquel hombre que con sus canciones se abrió camino en el folclor, que con sus anécdotas pintó de alegrías las historias pueblerinas y con sus mujeres adornó su corazón comenzando con Crisanta Bolaño ‘La Quicho’, una morena de su tierra El Paso, que vivía al lado de su casa, hasta aterrizar con Gloria Dussan, a quien en sus últimos instantes de vida le dejó el testamento de su alma que enmarcó en la frase: “Goya, te quiero mucho”.
Alejo, a través de sus cantos hizo la reseña exacta de distintos pueblos y tuvo el gesto más grande de cariño al donarle a su hermana Sabina, el primer trofeo que hoy existe gracias a una familia que respira folclor y que sabe que lo más perdurable es su imagen que nunca se borrará…