Por Juan Rincón Vanegas – @juanrinconv
-Crónica en homenaje póstumo a Gabriel García Márquez en sus cinco años que partió de la vida dejando un libro abierto donde Macondo es el epígrafe de aquellos ‘Cien años de soledad’-
La noche del sábado dos de mayo de 1992 debajo de la tarima Francisco El Hombre de la Plaza Alfonso López de Valledupar, Gabriel García Márquez cantó vallenatos acompañado del acordeón del Rey Vallenato, Julián Rojas, quien se había coronado el año anterior derrotando a Juancho Rois.
Todo sucedió mientras el jurado que integraba el propio Gabriel García Márquez, los periodistas Juan Gossaín y Enrique Santos Calderón y los Reyes Vallenatos, Luis Enrique Martínez y Julián Rojas, deliberaban para dar a conocer el nuevo Rey Vallenato, corona que se le otorgó a Álvaro López Carrillo, quien le ganó en franca lid a Jesualdo Bolaño y Gabriel Julio.
En medio de ese espacio para dar a conocer el fallo, Gabriel García Márquez, dejó sentado su manera de analizar el vallenato y dijo: “Es intolerable lo que están haciendo estos músicos jóvenes, han cogido la costumbre de interpretar la puya con la epiléptica velocidad de un mapalé, pero el problema no es solo con la puya, ¿Han visto como tocan ahora el son? Muy rápido como si fuera un merengue y resulta que el son es la melodía vallenata más pausada porque fue inventado, precisamente, para expresar el dolor, la tristeza, la melancolía, los golpes de la vida”.
Y muy bien que lo sabía porque se había untado de vallenato puro cuando vino por esta región del entonces Magdalena Grande y se encontró con muchos juglares y con el maestro Escalona, a los cuales les escribió gloriosas crónicas y reportajes.
Precisamente en su célebre libro ‘Cien años de soledad’, el cual consideró un vallenato de 350 páginas había escrito: “Pasaban las tardes en el patio, aprendiendo a tocar de oídas el acordeón, contra las protestas de Úrsula, que en aquel tiempo había prohibido la música en la casa a causa de los lutos, y que además menospreciaba el acordeón como un instrumento propio de los vagabundos herederos de Francisco El Hombre”.
Gabriel García Márquez desde 1950 comenzó a escribir sobre vallenatos, una música que nació en los corrales y que gracias a su pluma traspasó fronteras.
Elegía a Jaime Molina…
Mientras la multitud acampada en la plaza Alfonso López esperaba el fallo, Gabo para corroborar lo dicho sobre la auténtica música vallenata le pidió a Julián Rojas que tomara el acordeón y lo acompañara en la canción ‘Elegía a Jaime Molina’ de la autoría del maestro Rafael Escalona.
El joven rey, atendió la solicitud y Gabo comenzó a tararear para tomar el tono y cuando todo estuvo listo comenzó a cantar.
Recuerdo que Jaime Molina
cuando estaba borracho ponía esta condición
Que, si yo moría primero me hacía un retrato
o, si él se moría primero le sacaba un son
ahora prefiero esta condición
que él me hiciera el retrato y no sacarle el son.
El silencio fue total recuerda ahora Julián Rojas. “Ese fue un momento glorioso, inolvidable y me emociono al recordarlo. Gabo, cantando vallenatos con una voz suave y melódica. Lo conocía como el mejor escritor, pero esa faceta me llamó mucho la atención”.
Después, el Rey Vallenato de 1991 por primera vez contó intimidades de ese momento histórico. “Gabo, le pidió al maestro Luis Enrique Martínez que interpretara el acordeón, pero él estaba un poco achacado de salud. Entonces Consuelo Araujonoguera, ‘La Cacica’, me entregó un acordeón Cinco letras y me dijo que le cumpliera el deseo al Premio Nobel de Literatura y así lo hice. Esa noche Gabo cantó ‘Elegía a Jaime Molina’ en Mi Bemol y después ‘El almirante Padilla’ en La Bemol. Seguidamente cantó versos de ‘El testamento’ y ‘El mejoral’. Todas canciones del maestro Rafael Escalona, y recuerdo que ‘La Cacica’ le hacía los coros”.
Sobre este hecho el periodista y escritor Juan Gossaín dijo en su momento: “Era la voz de un hombre que amaba cantar y amaba lo que estaba cantando. Ahí, delante de nosotros, el más grande novelista que ha producido la lengua castellana, desde que se murió Don Miguel de Cervantes, estaba cantando con un sentimiento que le salía del fondo del corazón, en aquella oficina envuelta por la penumbra. Cuando arrancó con la segunda estrofa nos quedamos sin pronunciar palabra y me pareció que García Márquez estaba en trance, como un profeta iluminado, y que en cualquier momento saldría volando, como Remedios, la bella, entre la sopa de calor que cubría la plaza de Valledupar”.
La flor amarilla
El momento glorioso del canto vallenato quedó en ese pequeño espacio del sótano de la tarima Francisco El Hombre, teniendo como testigos a pocas personas.
Cuando ya se había firmado el documento que contenía el fallo del nuevo Rey Vallenato, abrieron la puerta de la oficina. A Gabo lo estaba esperando la licenciada en español y literatura Librada Nieto, quien sonriendo le regaló una flor amarilla.
Ese fue el único premio a ese canto que Gabriel García Márquez hizo para demostrar que el vallenato está sembrado en el pentagrama del corazón, se pasea por los recovecos del alma y vuela como las cometas que las guía la brisa del sentimiento.
Desde esa vez Gabriel García Márquez, no volvió a cantar más en Valledupar, pero quedó el registro sonoro del hombre que escribía y de vez en cuando se daba sus licencias cantorales para demostrar que el vallenato es la materia prima de una provincia donde nace el realismo mágico y que es exactamente el corazón de Macondo.