Por Juan Rincón Vanegas – @juanrinconv
Por estos días me puse a sacar cuentas, actividad en la cual no soy muy aventajado, pero caí en cuenta que hace 22 años, ‘La Cacica’, Consuelo Araujonoguera me escribió algo que se convirtió en una especie de ‘Guía Personal’ para mi vida profesional.
También traté de recordar el número de veces que he querido dar a conocer esta misiva que salió de su corazón, ese corazón que a veces actuaba como mamá, abuela, lideresa, ejecutiva, periodista, escritora, columnista, y hasta ministra, pero que siempre nos dejaba la sensación de que eran cosas de ‘La Cacica’, esa mujer a quien le aprendí muchas cosas y que a través de su gestión llevó a la música vallenata a lugares de honor.
Al fin decidí compartirla, no para complacer falsas idolatrías, no para levantar ampollas, pero tampoco para creerme más de lo que siempre he querido ser: “Una persona ordinaria con una determinación extraordinaria”.
Carta de ‘La Cacica’
El escritorio que yo tengo, más que escritorio es un armatroste, de sabrá Dios qué siglo, que compré hace muchos años en una vieja carpintería de Bogotá. Me gusto por tres cosas: por antiguo, por cómodo y por barato. Y esas tres cualidades se han ido enriqueciendo día por día. La antigüedad, crece “como la sombra cuando el sol declina” al decir del cura de Choquehuanca en su discurso al Libertador Simón Bolívar; la comodidad se aumenta cada día porque a ratos lo uso como escritorio para escribir (valga la redundancia) o como mesita para planchar a las carreras o como tocador para colocarle un espejo y aprovechar la luz generosa que cae sobre él y acicalarme o como simple recostadero cuando me pongo a pensar…
Y lo barato se reafirma en los múltiples usos que le doy de acuerdo con mis necesidades. Pues bien. Mi escritorio que es feo pero hermoso, tiene al frente una tabla de madera que parece el altar de una capilla gótica y encima de esa tabla acostumbro a colocar papeles de los que necesito para recordar cosas.
De pronto aparece allí la carta esa que me llegó sin estarla esperando y que debo responder cuanto antes; tal vez la cuenta del teléfono que no se me debe olvidar; a lo mejor la tarjeta de invitación a la que no voy a asistir, pero que debo enviar un mensaje de congratulación etc.
Ya mis hijos y las muchachas que viven conmigo saben que cuando hay algo importante que yo debo saber apenas llego, ¡zass! lo colocan ahí en la capilla, perdón, en la tabla vertical en que remata este extraño escritorio, porque yo voy directo a ese pequeño muro informativo y de una sola ojeada me entero de lo que debo enterarme.
Cuando ya los papeles han cumplido su objetivo, desaparecen y otra vez el pequeño muro queda limpio a la espera de nuevas noticias domésticas. Pero hay un pequeño recorte que nunca he quitado desde cuando alguien, (creo que fue Hernandito mi hijo mayor) lo colocó ahí embadurnado de colbón, como para que se fijara fuertemente a la tabla y ninguno pudiera arrancarlo.
Es un rectángulo de aproximadamente ocho centímetros de alto por seis de ancho en cartulina blanca en cuyo centro, impreso con una hermosa letra cursiva hay una frase que dice:
“LOS QUE TRIUNFAN
SON PERSONAS ORDINARIAS
CON UNA DETERMINACIÓN
EXTRAORDINARIA”.
Y ese papelito que apareció de la noche a la mañana fijado en la tabla que tengo al frente, me puso a pensar y me mantiene pensando siempre en la enorme carga de verdad que se encierra en esas diez palabras: “Los que triunfan son personas ordinarias con una determinación extraordinaria”. Y mientras he pensado en ello, – que han sido muchas veces – descubro que es el mismo mensaje que otros pensadores han dicho a través del tiempo en diversos momentos y de diversas maneras; y descubro también que más que un pensamiento, es un axioma perfecto que bien puede demostrarse con ejemplos diarios en los que la constancia, la tenacidad, el empeño, la dedicación, la determinación por llegar a una meta, despejan el camino que conduce al éxito.
Toda esta larga introducción viene a cuento porque hace mucho rato quería decirle a Juan Rincón Vanegas cuánto he admirado y admiro la constancia y el empeño que ha puesto en el diario ejercicio de este hermoso y complicado oficio de periodista.
Cómo me llama gratamente la atención esa innegable capacidad para mantener una columna periódicamente, contra viento y marea, desbrozando trochas y haciendo caminos hasta demarcar en forma clara su propio espacio.
Y si esa columna, además, está hecha con esa cantidad de cosas amables y simpáticas que son la sal de la vida, entonces la admiración se aumenta y ya no hay quien pueda atajar la simpatía que produce “El Rincón del Flaco”…
Todo esto ya se lo había dicho personalmente a Juan en algunas oportunidades. Pero, hoy que cumple tres sabrosos años de estarle mamando gallo a la vida; de estar vacilando sobre la cuerda floja de las malas noticias para hacer maromas y volantines que nos hagan reír; de estar exprimiéndose el magín de su ingenio y de sus innegables dotes de buen escritor para edificar un “Rincón” amable y grato donde podamos escampar del aguacerazo de tragedias que nos empapa día por día, me siento en la obligación de reiterárselo en público para que él sepa que me cuento entre los innumerables y agradecidos lectores de su columna.
Yo creo que Juan es un gran ejemplo de lo que dice la tarjetica que tengo frente de mi escritorio. Sí. Él, que no es nada más ni menos que un cesarense común y corriente; que ni siquiera tiene carne para un pastel, como diría el Quinque; que no puede exhibir títulos académicos de resonantes universidades; que a duras penas si le alcanza su magra humanidad para sostener la cabeza y la camisa; él, una persona ordinaria, ha demostrado una determinación extraordinaria que es la que, al fin de cuentas, lo ha llevado al éxito que hoy disfruta.
Que Dios, que es el que da el poder de poder hacer las cosas bien, siga guiando a este Juan Rincón para que sostenga muchos años su célebre “Rincón del Flaco”…
Consuelo Araujonoguera – Junio 23 de 1995
‘El Rincón del Flaco’ se publicaba los viernes en El Diario Vallenato cuya directora era Lolita Acosta; el diseño de la sección estaba a cargo de Walder ‘Waja’ Fernández, y se dejó de escribir hace 17 años, pero cuando ya he acumulado no sé cuántas crónicas en prensa escrita y televisión, le doy gracias a Dios, a la vida, a mi familia, a mis colegas, a mi querida Chimichagua, y a los innumerables lectores de mis ocurrencias periodísticas, esos que se constituyen en el mejor aliciente para nunca dejar de escribir.
Cuando se marcan 16 años de la partida de Consuelo Araujonoguera, las gracias por la misiva no han pasado de moda. Ella, será por siempre: “La Mamá Grande del Vallenato”.