Por Juan Rincón Vanegas – @juanrinconv
Dentro de la temática de los cantos vallenatos muchas veces ha fluctuado la idea de cambiar la guerra por paz y amor, para que de inmediato regrese la armonía sin siquiera permitir que un verso se salga del camino. Todo está encerrado en tres letras, Paz, esa que se inicia con una sonrisa para abrazar enseguida el respeto.
En ese sentido el compositor Hernando José Marín Lacouture, quien era de cuna humilde, trabajador del campo y conocía de cerca los esfuerzos que se hacían para salir adelante, en el año 1990, pidió que el mundo fuera más pequeño, estuviera cerquita del cielo y que la paz se ganara el mayor espacio en todo el territorio.
Es así como Diomedes Díaz con Juancho Rois hicieron eco de su clamor y le grabaron la canción ‘Canta conmigo’ la cual marcó la pauta porque encendía la llama de la esperanza y del reconcilio entre los colombianos. “Yo quiero que el mundo sea más pequeño, y estar cerquita del cielo para jugar con el sol. Quisiera juntar el cielo y la tierra, llanuras y cordilleras y unir las aguas de Dios. Ay, ver junto a una mujer blanca con una negra, y que no existan rencillas por el color, y oír en la voz del pueblo un canto en mi tierra. Yo quiero cambiar la guerra por paz y amor”.
Esa canción tuvo tanta influencia en la vida del compositor que solicitó ser interpretada cuando Dios lo llamara, y a través de esa obra volver a invitar al pueblo a cantar y a untarse de paz. Se cumplió su voluntad, siendo cantada desde la plaza Alfonso López hasta el cementerio central de Valledupar. “Canta conmigo mi pueblo y el viejo Valledupar, canta que tu canto es como la luz del cielo. Canta porque tú naciste para cantar”.
Hernando Marín, el trovador del pueblo, se paseó por diversos temas, entre ellos los dedicados a su querida Guajira con aristas en distintos pueblos. A las desigualdades en su territorio las graficó de manera directa, a las mujeres que pechichó en su noble corazón y siempre soñó que la paz fuera lo más valioso para el avance de la humanidad.
‘El ángel del camino’ con cuyo seudónimo se presentó en distintos concursos de canción vallenata inédita, cosechó una gran cantidad de triunfos porque su talento le permitió hacerlo ante la creciente de su poesía la cual era más grande que su estatura. Sus vivencias evocaban la naturaleza y hasta su corazón latía, como el repiquetear de una campana.
Valor para cantar llorando
En cierta ocasión Hernando Marín se encargó de esculcarse por dentro y la tarea le resultó excelsa, porque al llevarla a su pensamiento. Después lo moldeó con su guitarra, escribió y luego cantó: “Este es el verso que motiva el sentimiento de un hombre que se ha entregado sin medida. Yo descubrí en el polen de una flor la huella que dejó un suspiro enamorado. Yo descubrí en el espacio de Dios la primera canción de mi pueblo olvidado. Ese soy yo el que hace una canción cuando está enamorado. Ese soy yo que le sobra valor para cantar llorando”.
La inspiración en aquel glorioso instante no hizo pausa en su cerebro y continuó. “En mi no existe la traición ni el desengaño, porque soy una canción en hora buena. Y mi poema reflejo de luna llena, es la imagen clara de un retrato hablado porque soy hecho con un pedazo de verso. Yo nací de un primer beso porque soy el mayor de mis hermanos”.
Valledupar del alma
En el álbum de sus canciones quedó una pegada al alma de Valledupar, esa tierra donde vivió por muchos años, y alcanzó el más sonoro triunfo en el Festival de la Leyenda Vallenata del año 1992. ‘En Valledupar del alma’, esbozó todo el significado del folclor vallenato, y sobre la tierra donde echó raíces hasta florecer en el pentagrama mundial.
“Cancioneros del Valle que alegran las tardes con ardientes sones, hoy les pido que canten para que relaten sus inspiraciones. Vengan cancioneros de mi tierra, con la música que llena de alegría los corazones. Vamos a poner en cada coro una nota del tesoro que tienen los acordeones. Vamos a llevar en cada canto un mensaje de felicidad, para que mi pueblo vallenato sea el espejo, donde el mundo hoy se tenga que mirar”.
En la segunda estrofa invita a todos los valores del mundo para que vengan a Valledupar, la Capital Mundial del Vallenato, la tierra de los cañaguates, acordeones, mitos, leyendas y donde se trabaja cantando.
A “Nando Marín”, como lo llamaban sus más allegados, por su capacidad retórica, carisma y verbo fluido, los recuerdos le aterrizaban visionando a lo lejos una guitarra desde donde se dedicaba a desahogar su alma en versos llenos de poesía sobre los hechos que giraban en su entorno, darle gracias a Dios por haberle regalado 10 hijos, y unos amores que afinaron su corazón sin tener en cuenta las horas del tiempo de la vida.
Ese mismo que embarcado en el tren de sus realidades declaró. “Me llaman el invencible por mis cantos vallenatos, porque cada vez que canto alegro los corazones. No hay rincón de Colombia donde no escuchen mis cantos. La espada para mi lucha es mi corazón alegre, y mi caballo guerrero la letra de mis canciones. El himno de mi victoria es un conjunto de acordeones y voy llevando mi bandera aquí en mi tierra y fuera de ella, porque soy invencible”.
En el mundo vallenato siguen sonando las canciones de Hernando Marín, quien tuvo la virtud de andar a paso firme por lo romántico, crítico, costumbrista y picaresco. Además, dejó la mayor constancia en una de sus frases célebres. “Más vale llegar a ser, que el haber nacido siendo”.
Hernando Marín antes de mudarse para la eternidad dejó un inmenso legado que sus hijos, entre ellos Deimer Jacinto y Juan Pablo, los cuales han tenido el talento justo para sustentar la esencia de aquellas historias pintadas en el alma y que conllevan a buscar la paz y el amor.